Con respecto a ello en el segundo capítulo se analizan
las relaciones entre los modos de producción de la economía colonial. El autor
apoya la opinión de algunos investigadores rusos (Litávrina entre ellos) quienes
destacan en la Iberoamérica colonial la formación de los grandes latifundios
como propiedades privadas burguesas, así como los métodos de la explotación,
fundados en la dependencia económica del trabajador. Sin embargo subraya que,
aunque ese proceso se había progresado mucho durante 300 años del coloniaje, aún
faltaba por realizar tanto que de las transformaciones agrarias muy importantes
se ocupó no sólo la Emancipación, sino también las revoluciones y reformas de la
segunda mitad del siglo XIX. El carácter de dichas transformaciones no estaba
condicionado por el famoso "dominio del latifundismo feudal", sino, al revés,
por su divulgación insuficiente y, como concencuencia, por una débil dependencia
económica del trabajador.
Las tendencias prinicpales del cambio en la Emancipación
consistía en la resolución de dos conjuntos de tareas diferentes, pero
entrelazados. En primer lugar, el auge de la producción mercantil había
planteado la integración de Iberoamérica al nuevo sistema de la economía mundial
que desde los fines del siglo XVIII venía formándose alrededor de la futura
"fábrica mundial" y la "soberana de los mares", Inglaterra, a base del principio
primordial de la economía política del liberalismo — la libertad de
comercio y empresa. Y en calidad del obstáculo principal para dicha
integración estaba destinado para la destrucción el régimen colonial con sus
monopolios, prohibiciones, limitaciones, reglamentaciones, impuestos de carácter
mercantilista.
El segundo conjunto de tareas consistió, en el sentido más
general, en que todas las relaciones socio-económicas de América Latina fueran
ajustadas al mismo principio del librecambismo. De ahí que en el capítulo se
analizan las relaciones socio-económicas que se habían formado alrededor de dos
(de los tres) principales factores de la producción — la tierra y el
trabajo.
En cuanto al primero de dichos factores — la tierra —
las tareas burguesas en la Emancipación consistían en liquidar los obstáculos
para su conversión en la mercancía. Con respecto a ello estaban
destinados para la liquidación o la mayor reducción posible las formas
inenajenables de la poseción territorial — los dominios de la iglesia y de
los conventos, el mayorazgo, las tierras de comunidades
indígenas e incluso una parte de tierras comunales. Junto con la
privatización de inmensos baldíos (tierras realengas), la
anulación de la inalienabilidad de las poseciones significaría la fundación del
mercado de tierra (como el principal medio de producción en las
condiciones de América Latina) más o menos normal. Dicho en otras palabras,
significaría la conversión de la importante parte de la tierra en la
propiedad privada de tipo burgués. Y ese contenido de las
transformaciones agrarias burguesas no sólo no supunía la destrucción del
"latifundismo feudal", sino que, al contrario, era increíble sin un aumento
sustancial de la cantidad y las dimensiones de las propiedades territoriales
privadas.
En cuanto a la tarea de la formación de un mercado de la
mano de obra normal, es decir, no de la mano de obra asalariada como tal (la
cual siempre existió en las colonias), sino de la mano de obra suficientemente
numerosa y barata, el obstáculo principal para el desarrollo del
capitalismo no lo constituyó el latifundismo "feudal", sino los baldíos
realengos, los cuales junto con las tierras de las comunidades y
reducciones indígenas todavía se conservaban como la "propiedad popular" y
aseguraban a millones de personas una existencia bastante cómoda, a sus juicios,
e independendiente. Esta circunstancia influyó muy negativamente al estado del
mercado de la mano obra. Por ejemplo, la comparación entre los peones de
Iberoamérica y de Inglaterra tanto por sus salarios, como por su poder
adquisitivo ha demostrado que la remuneración incluso de los indios mitayos era
en aquella época casi dos veces mayor que la de los trabajadores europeos. En
particular, las quejas de los ganaderos del Río de la Plata testimonian que
incluso por un trabajo relativamente fácil éstos se veían obligados a pagar a
los gauchos libres un jornal diario equivalente al precio de una vaca
entera.
Aún así, las remuneraciones que eran increíbles para Europa, en
Iberoamérica no podían asegurar ni la cantidad de la mano de obra, ni la
disciplina laboral necesarias para el capitalismo (también son testimonios de
ello las numerosas quejas de los empresarios iberoamericanos citadas en el
capítulo). Es por ello que se había empleado tanto las distintas formas del
trabajo coercitivo, las cuales costaban menos que el trabajo asalariado. Se ha
calculado, por ejemplo, que la mano de obra esclava en toda la Iberoamérica era
dos veces más barata que la asalariada.
De esta manera sin la expropiación de millones de los indígenas
comunales y pequeños usufructuarios ilegales de las tierras realengas ni el alto
desarrollo de la producción mercantil, ni el alto desarrollo de la circulación
mercantil todavía no convertían al capital en la relación de producción
dominante. Por lo tanto para que el capital iberoamericano pudiera de hecho
instalarse sobre su base "natural", o sea el trabajo asalariado, a las
revoluciones burguesas les tocaba terminar la llamada "acumulación originaria"
con los métodos bien conocidos en Europa, esto es con la expropiación violenta
de los trabajadores y su coersión al trabajo asalariado por medio de las leyes
contra los "vagos". Así que tampoco en esa cuestión se trataba de liquidar el
latifundismo "feudal", sino que, al revés, seguir desarrollándolo en adelante,
aumentando tanto la cantidad, como las dimensiones de las propiedades agrarias
privadas.
Algunas de estas medidas necesarias ya se habían aplicado, bajo
la presión de los empresarios iberoamericanos, en la segunda mitad del siglo
XVIII. Sin embargo, las rebeliones populares contra las reformas expoliadores
burguesas, el interés de los poderes coloniales por conservar la estabilidad y
muchos otros factores habían coadyuvado a que la resolución fundamental de las
cuestiones burguesas le tocó realizar a la Emancipación.
El tercer capítulo se dedica a la investigación de los
problemas relacionados a las fuerzas motrices, la hegemonía y el
contenido concreto de las transformaciones económicas, sociales y
políticas durante la Emancipación. Aunque hasta hoy se encuentran las
descripciones de la Emancipación en el espíritu de la "fraternidad
criollo-indígena-negra" en la lucha contra los colonizadores, sobre este idilio
desde hace décadas está pendiente, como la espada de Damocles, un razonable
planteamiento "revisionista". Es que España hasta 1814 estaba ocupada por las
tropas napoleónicas y era incapaz de mandar refuerzos a sus colonias. Sin
embargo la primera etapa de la Emancipación (1810-1815) casi en todas las partes
de Hispanoamérica sufrió la derrota. Entonces quién y contra quién había luchado
y quién y a quién había vencido?
En busca de respuestas el autor esclarece por qué fueron los
latifundistas quienes intervinieron como los iniciadores y como la
fuerza hegemónica en la Guerra de Independencia, así como qué tipo de
reformas emprendieron desde 1810. Una especial atención se presta al cambio
radical en las relaciones de la propiedad de la tierra, el cual solía quedarse
desapercibido por los historiadores, pero explica en mucho la tenacidad de la
resistencia popular a las reformas mercantiles que se realizaban. Por cuanto la
Emancipación latinoamericana era una revolución de los latifundistas y para
los latifundistas, la ideal fuerza motriz para tal revolución la
componían las milicias dirigidas por los mismos latifundistas.
Una atención especial merece en el capítulo la etapa más
"sincera" de la Emancipación, la de 1810-1815, cuando las llamadas "luchas
paralelas" de las masas populares no habían logrado todavía (como en Argentina,
Venezuela y la Nueva Granada) o no habían logrado jamás (como en Brasil)
"enturbiar" la corriente burguesa de la Guerra de Independencia. Al analizarla,
el autor, contrariamente a aquellos que no ven ningún cambio en la primera
etapa, descubre en todos los países mencionados una intensa acción de los
latifundistas criollos por realizar todo un conjunto de transformaciones
económicas, sociales y políticas, imprimidas por la clásica doctrina burguesa —
la del liberalismo. Con ello los latifundistas perfilaron los contornos de una
revolución "netamente" burguesa, la cual se tradujo en lo siguiente:
- Liberación del comercio y de la producción de las cadenas mercantilistas e
introducción del librecambismo.
- Destrucción (a través de anulaciones, privatizaciones, expropiaciones,
luchas contra la "vagancia", etc.) de las viejas relaciones territoriales,
laborales y mercantil-monetarias y su sustitución por las nuevas — por la
propiedad privada burguesa (el mercado de medios de producción), por el
mercado de la mano de obra asalariada y por el mercado de capitales (el
sistema de crédito monetario). Dicho de otra manera, la colocación de los
cimientos primordiales de la economía mercantil capitalista.
- Destrucción de la vieja sociedad estamental y su sustición por la sociedad
civil.
- Derrocamiento del poder "despótico" y construcción de los Estados
independientes a base de las recetas liberales.
En el cuarto capítulo mediante el análisis de los
resultados finales de la Emancipación, es decir después de finalizar su segunda
etapa (1816-1826), se comprueba el mismo carácter de las transformaciones
burguesas en toda la Iberoamérica, excepto Haití y Paraguay. Los cuatro rubros
de reformas se describen detenidamente a base de los numerosos actos
legislativos adoptados en cada país iberoamericano.
Por cuanto la revolución iberoamericana no tenía nada que ver
con el escenario jacobino en Francia (con su papel de las capas bajas y reforma
agraria campesina), el quinto capítulo trata de esclarecer dónde se
encontraban las masas populares iberoamericanas durante la Guerra de
Emancipación, contra quién y por qué combatían. El análisis de las corrientes
"paralelas", esto es de las luchas de los esclavos nergos, de los indígenas, del
pequeño campesinado libre y de las capas bajas urbanas comprueba, sin lugar a
dudas, todas las características inmanentes al democratismo revolucionario. Con todo, las mismas contradicciones socio-económicas y
raciales, al igual que el propio carácter de las transformaciones burguesas en
América Latina, predeterminó no una "fraternidad criollo-indígena-negra", sino
un enfrentamiento tenaz entre ese democratismo revolucionario y el liberalismo
latinoamericano. Esta lucha se desarrolló independientemente del color de las
banderas (podría ser del color monarquista, como en el caso del
movimiento de J.T. Boves en Venezuela, independentista, como en el
movimiento de M. Hidalgo y J.M. Morelos en México, o tener su propio color, es
decir antimonarquista y antiindependentista, como en el caso de la "montonera"
rioplatense), pero tenía una gran importancia para que entre los resultados
finales de la Emancipación aparecieran algunas conquistas sociales de las masas
populares.
Una especial atención se presta en el capítulo a los sucesos en
Haití y Paraguay, donde, según la opinión del autor, en la lucha encarnizada el
democratismo revolucionario de las mayorías populares llegó a derrotar e incluso
aniquilar al liberalismo burgués. Pero el resultado de ello no fueron las
relaciones "consecuentemente capitalistas", sino un "desvío" de la revolución
burguesa, el cambio radical de su carácter.
En las conclusiones el autor vuelve al cuento filosófico
hindú. Subraya que con respecto a la Emancipación iberoamericana, durante la
cual se libró una verdadera guerra entre las mayorías populares y la burguesía
terrateniente, lo único que es capaz de proveernos la vieja tradición
"jacobina", es una visión de la relidad iberoamericana completamente
terjiversada, dando por "lo más puramente burgués" aquello que de hecho era
antiburgués, por "lo feudal" — lo que se había construido según las
recetas del liberalismo clásicamente burgués, por una orgía sangriente de
las "bandas llaneras" — lo que en realidad era lo profundamente popular,
y por lo popular — lo que en su escencia era antipopular. El autor
afirma que ha llegado el momento oportuno para pasar del concepto de la
"revolución burguesa", impregnado por la mera ideología, al otro que sería más
científico, e invita a los investigadores a dirigir sus esfierzos a ese
fin.